"Algunas mujeres se pierden en el fuego,
otras se construyen a partir de él."
En estos tiempos actuales, donde está tan en boga el feminismo, la discusión por los derechos de libertad de la mujer; en tiempos donde vemos y sentimos que tantas veces seguimos siendo "pisoteadas" por el hombre, donde muchas sienten una injusticia que cala el alma; donde tantas gritan ser despreciadas, donde unas luchan por la igualdad de género, mientras otras radicales quieren la supremacía; es precisamente en estos tiempos, que quiero alzar MI VOZ (con mis palabras escritas) acerca de lo que para mi, es el VERDADERO poder femenino, sobre cuál es ese fuego propio de nuestro género que nos debe impulsar para ser realmente libres y plenamente mujeres.
Quiero presentar mi visión desde lo profundo de mi corazón, que está inherentemente arraigado en mi fe y amor a Dios, pero que sin embargo, siento que es universal y que es entonces para todos, crean o no en lo que yo. Aunque mis ganas de expresarlo así, tomaron fuerza precisamente, en un retiro espiritual (de Semana Santa), conversando con un sacerdote, lo esencial de mi punto, escapa de lo religioso.
Cuando nos preguntamos ¿Quién es el sexo débil?, nos damos cuenta que desde siempre prácticamente, se nos ha presentado a la mujer como el sexo débil. Siempre el hombre ha sido el fuerte, la cabeza de la familia y de la sociedad; siempre se ha presentado como una roca firme, muchísimas veces tanto más poderosa que la mujer. Sin embargo, ¿Es realmente así? ¿Somos realmente el sexo débil? ¿Es de verdad el hombre el sexo fuerte? Podríamos pensar ¿Es siquiera necesario hacer una distinción? La distinción tiene que existir, no quizás de quién es fuerte y quién es débil, pero tiene que existir una distinción.
Los hombres y las mujeres somos diferentes, y eso es una tremenda riqueza dentro de nuestra naturaleza. No podemos pretender ser iguales porque no somos iguales, y no es por casualidad. Somos diferentes porque somos complementos. Lo que nos falta a unas, nos lo completan otros. Y no quiero con esto decir que tengamos que ser dependientes de los hombres, o que no podamos valernos por nosotras mismas, sino que tenemos que darnos cuenta que no podemos perder lo nuestro en pos de ser como ellos. No deberíamos querer ser como los hombres.
Deberíamos querer ser mujeres en plenitud, mujeres fuertes, resilentes, femeninas. Sí, FEMENINAS. Y no hablo de una femineidad de rosado, delicadeza y la fragilidad de una rosa. La femineidad tiene de eso, pero no es sólo eso. En nuestra delicadeza se esconde el valor de una gran riqueza; en nuestra fragilidad, la pequeñez, la humildad de ser capaz de poner al otro por sobre nuestro; en nuestra femineidad, lo maternal, lo acogedor, lo "entregoso" (como lo definió una vez una amiga), esa capacidad de entregarse con el corazón al otro, propia de la mujer. Porque biológicamente estamos diseñadas para acoger. Y aquí, yo quiero poner la mirada en uno de los temas de discusión más actuales en nuestro país: El Aborto.
La lucha por el aborto, a favor y en contra, se ha centrado con mucho énfasis en las libertades de la mujer. Que, "la mujer tiene derecho sobre su cuerpo", que "tenemos derecho a decidir libremente", que "el machismo...". Y ahí, ¿Dónde queda nuestra femineidad? ¿Dónde queda nuestro más íntimo tesoro, eso que nos separa de los hombres?. El padre con el que conversábamos en el retiro que mencionaba, nos dijo algo que me encantó, "Las mujeres SON el sexo fuerte, no se metan en discusiones porque no es algo que probar, es una realidad", y no quiero que piensen que lo dijo para que no nos defendamos, sino porque, yo también lo creo, es una realidad.
Las mujeres, en nuestra diferencia con los hombres somos muchísimo más complejas. En todo sentido, tanto biológica como espiritualmente. Nosotras, a diferencia de los hombres tenemos por naturaleza una responsabilidad mucho mayor que ellos. Nosotras tenemos la capacidad biológica de tener vida en nuestras entrañas. La Naturaleza nos dio una tarea que no le dio a los hombres, una tarea inmensa, que "lamentablemente" (porque realmente no es lamentable) "escapa" de nuestra libertad. Y no debería ser lamentable porque es lo que nos distingue de los hombres en su máxima expresión. La capacidad de cobijar vida (literalmente) es algo que sólo nosotras tenemos. Es algo increíble de lo que deberíamos alardear y no escapar. Nuestra libertad debiese estar en ser libre y plenamente mujeres con todo lo que eso conlleva, porque sí, nosotras SOMOS el sexo fuerte. Más allá de nuestras complejidades, de nuestra responsabilidad biológica natural, más allá de nuestra altísima capacidad de soportar el dolor (muchísimo mayor que la de los hombres), nosotras, a diferencia del hombre que es el fuerte en fuerza, somos más fuertes en FORTALEZA, y eso es nuestro verdadero poder, eso debiera ser el fuego que nos enciende, porque nuestra fortaleza es la que ilumina, la que da calor y fascina. Nuestra fortaleza es el verdadero fuego de nuestro espíritu.