Ayer empezó el mes de la salud mental en USA, que hay día y mes de todo pero me agarro de eso para hacer mi aporte. Siempre me pasa que pienso “debería escribir en el día mundial contra el suicidio” o “debería publicar algo el día de la bipolaridad” y nunca lo hago. O porque se me pasa o porque Justo no estoy inspirada pero ahora sí quiero poner un granito en la discusión (o continuar haciéndolo).
Siempre digo “esto es lo más importante que he escrito pero es que cada vez supero en importancia mis escritos anteriores, y para mi las conciencias tanto de la gratitud como de la salud mental son, efectivamente, lo más importante que sale de “mi pluma”. Así que parto…
Mi historia con la salud mental empieza mucho antes de la crisis que desencadenó mi bipolaridad. Sólo que antes de eso, mis rollos eran más emocionales que químicos o anímicos.
Yo no me di cuenta hasta grande de lo que me pasaba de niña. En mi caso, he lidiado toda la vida con inseguridades y con una autoestima la verdad extremadamente baja. Y todo por no sentirme suficiente. Suficientemente linda, suficientemente hábil para los deportes, suficientemente sociable o hasta suficientemente buena, a pesar de ser la epítome de una “niña buena” creciendo.
La primera vez que sentí esto último fue una que estábamos en el mall con mi mamá de niños y como siempre, ella nos hacía numerarnos para asegurarnos que estuviésemos todos. Decíamos entonces nuestro número antes de bajar del auto, y una vez arriba, al final de un paseo. Mi mamá siempre decía que no tenía niños de sobra para perdernos, y que por eso nos contaba.
No sé qué edad habré tenido, seguro era una niña, pero le dije a mi mamá inocentemente “deberíamos tener un hermano robot para que haya un niño extra, para que se pueda perder”. La cara y respuesta de desaprobación de mi mamá al escuchar mi idea fue tal, que nunca se me olvidó. Íbamos en una escalera mecánica y me dieron ganas de llorar, y me odié por tener una idea tan cruel que generara esa reacción en mi mamá. No sé si ella sepa esta historia porque es algo que guardé en el corazón sólo como un archivo de lo “mala” que podría llegar a ser. O así me sentí al menos. Tal vez se lo conté, no lo sé la verdad.
Otra vez me pasó, era creo que quinto básico. Vivíamos a un paso de peatones del colegio. Mi amiga Yuyú estaba de visita en Viña y a la hora de almuerzo la invité a mi casa. Había espinacas. Esta vez no recuerdo qué fue lo que dije, pero hice algún comentario que otra vez generó es mi mamá la misma mirada de desaprobación. Y no quiero que la culPochidad (la culpa que la Pochi, mi mamá, suele sentir) ataque y que mamá, cuando leas esto te sientas culpable, porque seguro fueron reacciones naturales y “dignas” de ser, pero ahí me doy cuenta lo importante que ha sido para mi siempre tener la aprobación de mi mamá. Ni siquiera porque me lo exigiera, sino porque la admiro tanto, que siempre he querido ser como ella, y estas cosas me hacían sentir lo lejos que estaba de lograrlo. O así lo veía mi ser más joven… Y bueno, volviendo al almuerzo, no sé qué habré dicho, pero me dio la misma sensación que en las escaleras mecánicas, una culpa y un odio tan grandes, que me hicieron odiarme por un momento. Esa fue la primera vez que “me hice daño” como “coping mechanism”. En la misma mesa, tomé llena de rabia conmigo misma un tenedor, y sin que nadie me viera me hice en la mano una especie de marca del Indio. Fue una forma de castigarme, supongo, por “ser tan mala”. Lo más loco era la naturalidad con la que hablaba de la cicatriz que me dejé. Creo que fue el primer indicio de mi inestabilidad.
Esta Germanita orgullosa de ser la con mejores notas
ya se odiaba un poquito a sí misma
Me acuerdo perfecto cuando en la mesa, el Tío Nelson, el papá de mi mejor amiga me preguntó que me había pasado en la mano, y yo le respondí como si fuera normal “me la rompí con un tenedor….es que me enojé conmigo y me rompí”…
Después me di cuenta que eso se llamaba “auto-castigo” y que esa no era la única forma en que yo ejercía esa práctica.
Quienes me conocen bien, saben que me como las uñas hasta el día de hoy. Un día descubrí que la forma en que lo hago yo, se llama “onicofagia”. Y es un nivel de comerse las uñas tan intenso, que pasa a ser trastorno, porque está ligado a la ansiedad y al autocastigo. A mi me han dolido los dedos, me he sacado sangre en mis peores momentos con la onicofagia, y la única vez que logré estar más de un mes sin morderme las uñas, fue un mes en el que estaba ultra estable emocionalmente. En un buen lugar con mis amigos y con mi trabajo. Era tal lo bien que me sentía que recuerdo perfecto la fecha: noviembre de 2021. Nunca he vuelto a lograrlo, pero esa vez me demostré capaz de vencer mi usual falta de fuerza de voluntad (otra de las cosas que me hacen quererme poco…)
Le mostraba a mis amigas con mucho orgullo mis manos con uñas reales largas. Creo que fue un hito en mi vida lograrlo, a pesar de que después volví a comerme las uñas y sigo haciéndolo hasta hoy, porque me demostré que era capaz y eso era suficiente para quererme un poquito más…
En fin, todo esto del odio a mi misma que pasó desde mi infancia a mi adolescencia y de lo que todavía quedan vestigios que sigo trabajando con mi psicóloga, fueron los primeros signos de mis “temas” con la salud mental.
Después descubrí que pasar de largo en un día de clases escolares por hacerle una sorpresa para el día del papá/mamá o para los cumpleaños, tampoco era normal. Al parecer ahí yacían los primeros vestigios de lo que después entendería como mi lado maniaco. Sin embargo, nada de esto era para mi evidente siendo más chica.
A pesar de mi auto-odio, siempre me sentí dentro de todo “normal”. Tanto así que juzgaba mal a quienes hablaban de salud mental sin tapujos. No entendía cómo no les daba vergüenza a mis compañeras de electivo artístico hablar de sus idas al psicólogo. Si eso era como demostrar que “estabai loco”. ¡Imagínense el nivel de ignorancia!
Yo era del tipo de personas por las que escribo estas cosas hoy. Y no me di cuenta de lo dañino que era ser así hasta que me tocó a mi ser “la loca”. Me dolía el alma pensar que alguien me juzgara como yo lo hacía antes. Por eso decidí desde temprano que iba a hacer público mi diagnóstico de bipolaridad cuando me lo dieron.
No fue nada fácil, ni enfrentar mi propio prejuicio con la enfermedad, ni dejar de preocuparme por lo que pensaran de mi. Mi ex (que por mucho tiempo "me odiaba") me advirtió una vez que sus amigos le estaban comentando que "¿qué onda yo?", que por algún video que subí, “parecía loca”. Que según él "yo le importaba” y que le preocupaba que pensaran que estaba loca. Creo que le importaba más a él esto, porque yo lo ignoré. Yo había decidido expresamente compartir “mi locura” precisamente para que se dejara de tildar de “locos” de forma despectiva a gente como yo.
Como decía, no fue nada fácil aceptar mi diagnóstico, aún después de llevar más de dos años buscando encontrarlo. Me acuerdo que por un lado fue un alivio saber qué era lo que tenía, ponerle nombre a mi trastorno; pero por otro lado enfrentar el estigma de la bipolaridad, acompañado de una frustración inicial al no saber “cuál era la verdadera Germanita”, no fue nada fácil. El diagnóstico vino acompañado de mucho llanto. El mismo llanto que surgía cada vez que sin entender qué me había pasado ese marzo de 2010, cuando tuve la crisis que me cambió la vida, le preguntaba a Dios por qué me había pasado esto. Por qué me castigaba, sin odiarlo, pero sin entenderlo, si yo había sido buena; si me portaba bien, hacía caso, no mentía, tenía buenas notas. Había crecido haciendo “todo bien”…
Hoy, lo que en un principio veía como una cruz pesada, es una cruz florecida. Todo lo que soy se lo debo a la vida que he tenido. Todas las experiencias que he vivido se las debo a ser bipolar básicamente…
Mi Proyecto Gratitud no existiría sin mi lado creativo-maniaco que me dio la seguridad para entregar las primeras tarjetas. Mi inestabilidad emocional que hizo que me costara tanto sacar mi carrera hizo que yo llegara a trabajar en Plástica. Eso me llevó, al quedarme sin trabajo con la pandemia, a dedicarme a cuidar niños, y eso fue lo que me trajo a Europa. Si yo hubiese tenido una carrera tan prolija como fueron mis años escolares, seguramente estaría trabajando de diseñadora; jamás hubiera conocido a "mis niños": a Lucas, a Mateo, a Mael, al Mati. No hubiese jugado con la Mili… jamás hubiera tenido el tiempo de ser la “Ñaña” favorita de la Flo y la Blanca o hasta de la Marti…No hubiera conocido ni a Luca ni a la Franca, Bautista, Santino y Bosco ni al Benjita…No hubiese jugado, acá en Bélgica ni con la Amelia, ni con Bruno, ni tampoco con Enzo y Charlie…No hubiese seguido los pasos de mi ídola Mary Poppins, ni hubiera tenido la oportunidad de usar mi creatividad (que es mi más grande regalo) para hacer a todos esos niños desarrollar la suya y creer en la magia.
Si no hubiese pasado por todos mis struggles de salud mental, repito, no estaría en Europa viviendo la mejor experiencia de mi vida. Conociendo el mundo como jamás imaginé que podría hacerlo. Sintiéndome útil, querida y más bonita que nunca.
Hoy consciente de todo lo que he tenido que vivir y con la responsabilidad que siento por “escribir tan bien” como me han dicho que lo hago, uso este espacio para visibilizar la importancia de la salud mental. Ya sea desde el quererse a uno mismo sin auto exigirse demasiado, hasta el enfrentar los trastornos como parte de la realidad humana. A entender que todo tiene su lado bueno, como en esa película ganadora del Óscar “Silver Linings Playbook” con Jennifer Lawrence y un Bradley Cooper que tomaba los mismos remedios que yo, en donde me vi reflejada; o en ese capítulo de “Modern Love” (de Amazon Prime), donde Anne Hathaway retrata de manera magistral lo que es pasar del estado maniaco al depresivo, incluyendo en su representación todo el tema de la búsqueda de diagnósticos y ajuste de remedios. Ambas cosas las recomiendo 100%.
Yo sé que esto está eterno de largo, llevo escribiéndolo como una hora y media (y de algún modo se me borró la primera parte y tuve que reescribirla), pero es que, cómo mencioné arriba, es posiblemente lo más importante que jamás he escrito.
Y es que para mi es demasiado relevante que se hable de salud mental. Que se entienda que no existe una normalidad exenta de problemas en esta área. Mi ser no bipolar lidiaba con la ansiedad y la onicofagia, basadas en rollos puramente emocionales. Mi yo actual, bipolar, lidia con un trastorno que requiere de medicación, que no es sólo emocional, porque es también físico, aunque no se vea. Porque los trastornos de salud mental no son cosa de voluntad. Son desequilibrios químicos,que escapan de nuestro control y no entenderlos de esa manera, cuando se nos dice cosas como “pero si estás deprimida sólo levántate y dite a ti misma: ¡hoy voy a estar feliz! Hay muchas cosas buenas en mi vida, tengo motivos para ser feliz”, termina siendo muy dañino.
No se imaginan lo doloroso que es para uno no ser capaz de lograr hacer eso. Y también pasa con la manía, cuando me piden que me calle. La impotencia de no poder autocontrolarse, es por lejos lo peor de estos padecimientos.
Por eso requerimos de una sociedad que empatice, porque de otro modo es igual de cruel que decirle a una persona con cáncer: “pero si la mente es muy fuerte. Sólo concéntrate en eliminar con tu mente el tumor y ya vas a ver cómo te curas”
Como si la voluntad bastara para alterar el funcionamiento químico del cerebro. Y es qué hay gente que me va a decir que es posible. Que la mente ES así de fuerte, y me van a sacar un caso de uno en mil millones que con el poder de la mente eliminó su enfermedad; sin darse cuenta de nuevo, de lo cruel que es exigirle a una persona común y corriente que replique lo que otra en mil millones logró…
Bueno, termino repitiendo lo que siempre repito. Por un lado, es necesario que hablemos de todo esto para desestigmatizar, por otro, es muy muy importante tomarse el tiempo de encontrar esos “silver linings”. Ese "lado bueno de las cosas".
Y aquí mi favorita, la "actitud de gratitud" tiene todo que ver con lo que digo. Eso de escoger quedarse con lo bueno y lo malo dejarlo sólo como aprendizaje. Porque al final, ha sido tanto tanto bueno lo que me ha traído mi más grande dificultad, que no podría verla como algo pesado. El balde de agua fría que significó esa crisis psicótica que tuve en 2010, que terminó desencadenando mi bipolaridad, terminó siendo el balde que me limpió de prejuicios; el agua que me regaló transparencia, que me llenó de ideas bonitas y la responsable de las mejores vivencias que he tenido. Y jamás de los jamases quitaría ese baldazo de mi historia…
Hola Germanita, entretenido tu blog, estoy aquí desde mi trabajo leyendo tus historias, me encara tu forma de relatar, pero al grano, mucho de tus cuestionamientos no son tan distintos del común, salvo la auto lesión que es un tema de desahogo muy tenso de abordar, en mi caso particular, siempre me resulto verme atraído por mujeres con algún grado de problemas en la salud mental y es que sin conocer su pasado, se me hacen interesantes vislumbrar su lógica resolutiva, su histrionismo y aspectos sutiles de expresiones emocionales, tuve una polo la que pude ayudar a no depender tanto de los fármacos y explorar los limites seguros y entender los ciclos de desbordamiento acumulativo de emociones que desencadenan crisis, paso de fumar, beber cocacola y valpax, a alimentarse mejor y volcar sus emociones a la creatividad decorativa, creo que automedicarse esta mal, pero le ayudo a entender mejor sus crisis de cada 45 días ;)
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