miércoles, 27 de enero de 2021

La hipocresía de la inGratitud: un mea culpa

Ilustración (intervenida) de cathyconnolly en etsy


Hoy, no sé a raíz de qué, me acordé de mi miedo “a que la gente que quiero me deje de querer por ingrata”. 


¡Ah! ya me acordé cómo llegué a eso (¡Bienvenidos a mi tren de pensamiento!)

Estaba pensando en mi inexistente vida amorosa y en qué podría hacerme sonar interesante –que fuera verdad y hablara de mi, obvio–  en mi perfil de Bumble (una aplicación que he usado para conversar con gente nueva en la pandemia)


[no puedo evitar lo que pienso so...] 

Pensaba en que no quería estar soltera a los 30, pero que al parecer tendría que empezar a hacerme la idea de aceptar eso y de que “no es tan terrible”.

Sé que mucha gente va a tener ganas de decirme que todavía soy joven y que las imposiciones de la sociedad... que ellos “encontraron el amors más viejos” y que todo tiene sus tiempos y bla bla; pero mi “sueño” de casarme antes de los 30, en verdad está más ligado a ser mamá antes de los 30 (porque siempre me imaginé como mamá joven, con harta energía para jugar harto con mis niños). 

O sea, más que la idea del “príncipe azul”, tiene que ver con la idea de “la familia feliz” (y joven).


Y en medio de ese tren de pensamientos  me acordé de una de las conversaciones con uno de mis “matches”, hablando en profundidad de la vida (quienes me conocen saben que soy mala para hacer “small talk” y soy fan de las “big/huge/deep/at times lateras” conversaciones), que me preguntó cuál era mi mayor miedo. Yo sin pensarlo le respondí que era que mis amigas dejaran de quererme por ingrata.

Me acuerdo que me preguntó entonces, si era muy ingrata, y yo le dije que no era que fuera ingrata, porque las quería mucho mucho, pero que era pésima para como*, demostrar mi afecto, porque “es que yo nunca llamo a nadie”. Le decía que siempre tengo presentes a los que quiero. Que siempre pienso en la gente que quiero (y me sonrió o dirijo mis pensamientos al cielo, y le pido a Dios por ellos cuando lo hago), pero que nunca los llamo. Yo no llamo a nadie en verdad. Prácticamente nunca. Tampoco soy de empezar las conversaciones por WhatsApp por ejemplo...


Y he pensado tantas veces en esa idea de que “dejen de quererme por ingrata”, que después hasta me siento culpable por haber sido capaz de  creer que la gente que me quiere dejaría de hacerlo. Como dándome cuenta de que esa gente me ha querido y me quiere, lo hace profundamente; de lo afortunada que soy porque esos lazos de raíces profundas con ellos, mantienen ese cariño del que nunca debería dudar; y de que pensar así sería estar subestimando la calidad de los mismos (lazos).


En fin, siempre me acuerdo de esa conversación, que quizás la pregunta no es tan rara (la de los miedos). Pero la verdad es que se me viene constantemente a la cabeza esa idea de mi mayor miedo porque después me di cuenta que en realidad (por lo expuesto arriba) ese no era mi mayor miedo. Que la verdad, y retomo lo de más arriba, mi mayor miedo era no ser nunca mamá. Pero yo siento de corazón, profundamente que Dios me hizo para ser mamá, así que aunque sea adoptando “más vieja” y solterona (si mi destino no era casarme o si no me muero antes 😆), yo VOY a ser mamá.


Pero en fin, y ahora retomando ese primer miedo que se me vino a la cabeza (que debería ser la idea principal de este escrito, y no la de “yo y ser mamá”), el miedo de la ingratitud, recién ahora (imagínense con todo lo que yo he escrito y predico de la gratitud) me di cuenta, o asimilé, más bien, que la in-Gratitud, era precisamente eso: lo contrario de la gratitud. Me di cuenta, de cuantas veces he hablado de lo potente que es un gesto concreto de gratitud con extraños y que no estaba aplicando los mismos principios con la gente que más quiero. 


Porque de que agradezco desde el fondo de mi corazón el tener las amigas que tengo, los hermanos que tengo, en fin, la familia que tengo; de eso no hay duda. Pero acabo de darme cuenta (son las 9:30 am) de que el principio, las bases de la existencia de mi proyecto gratitud, de mis tarjetas de gratitud, era y ha sido siempre el transformar la gratitud que damos por sentada, en un gesto concreto. Y me di cuenta recién, que yo no estaba cumpliendo con mi propia propuesta. 


Por eso hago un meaj culpa. Por eso les pido perdón, en especial a aquellos que siento que les debo la más inmensa gratitud. A quienes nunca llamo y debería. A quienes hasta he ignorado a veces. A mis amigas del alma, a mis padrinos, mis abuelas (🥺 todavía se me estruja el corazón de pensar que no me quedan Tatas aquí abajo), en fin, mi familia de sangre y a la del corazón; a quienes me han dado su su tiempo, su oreja, su cariño, y quizás yo no he hecho lo mismo. Sepan que de verdad siento una inmensa gratitud hacia ustedes.


Voy a intentar esforzarme por mejorar en este aspecto. Voy a intentar ser más yo quien empiece las conversaciones, o quien haga la primera llamada. De verdad, lo pongo aquí como prueba y declaración de conocimiento público. Me lo pueden sacar en cara más adelante si no cumplo, les doy permiso jajaja.


Los quiero, los pienso, y de cualquier manera, seguiré sonriendo y mirando al cielo cada vez que se vengan a mi memoria.


Y gracias corazón siempre por leer estos textos eternos y espero, no muy lateros. 


*Tío Orlando, le dedico esta muletilla a usted y a todos los recuerdos de su cara cuando contaba cosas en la mesa sobreutilizándola y me tupía porque me daba cuenta que no sabía hablar bien sin ella jajajajaja


PD: Hoy cumple años la familia Campos Calvo. Están de Aniversario la Ita y el Tata Alejandro. Mis abuelos paternos. Les dedico especialmente a ellos estas palabras. Al Tata que estoy segura, por primera vez se va a agachar desde una altura aún más grande que la usual, para darle un beso y acompañar a nuestra Ita amada🥺💝. Gracias eterno al cielo Tatita por SER 🕊🌻 

sábado, 9 de enero de 2021

¿Y si cada persona fuera un Universo?


Gratitud al Creador, a nuestra pequeñez y a la inmensidad del cielo.


Este finde pasado me fui roadtripeando con mi mamá, mi abuela y Marion, la “gemela” alemana de mi mamá al Valle del Elqui. 

Desde siempre he amado las estrellas y desde ese mismo siempre, cada vez que me encuentro bajo un cielo estrellado, intento darme un tiempo para echarme sólo a contemplarlo. 


(Empecé este texto en Octubre de 2018 y sólo escribí eso...continuó con la reflexión hoy, en enero de 2021, una vez, más bajo el cielo estrellado del Valle del Elqui)


Y así, situada bajo un manto de estrellas, no puedo evitar volver a notar y reforzar la conciencia de nuestra pequeñez. Lo insignificantes que podemos llegar a ser frente a la inmensidad infinita del Universo. Miro las estrellas y pienso en la distancia. En esas distancias de años luz, tan distantes, que hacen posible convivir en un mismo momento el pasado y el futuro. O el presente más bien. Y es que se supone que esas estrellas que vemos están tan lejos (no sé si todas) que si pudiéramos teletransportarnos hacia ellas, no las encontraríamos, puesto que por su lejanía, la imagen que vemos nos llega con delay.

O sea, si lo pensamos al revés, si pudiéramos teletransportarnos a alguna estrella de nuestra elección, el llegar a ella significaría haber viajado en el tiempo. ¿Que loco no?


Me acuerdo que cuando iba en séptimo básico, mi mamá me explicó esto. Me dijo que si viajáramos a una estrella, iríamos al pasado. Yo recuerdo haberle comentado eso a mi mejor amiga (esto hace 16 años...y es la misma amiga querida de hoy) y que en alguna clase, ella levantó la mano y dijo eso, y el profesor le dijo que “¿de dónde había sacado eso?” Y el resto de la clase se rió de ella. Recuerdo haberme sentido horrible porque “era mi culpa”. Hoy me da un poco de rabia la poca creatividad de ese profesor para entender eso que mi mamá me dijo y que mi amiga trató de explicar.


En fin, volviendo a ubicarme bajo las estrellas, como decía, es inevitable pensar en esas cosas existencialistas.

Lo vasto de lo que nos rodea nos puede hacer sentir grandes, por ser parte de algo tan maravilloso pero a la vez, vuelvo a repetir, nos recuerda nuestra pequeñez.


Pienso en la concepción de la Creación Divina, en Dios y cómo lo veo yo. Cómo lo creo yo. Pienso en que se supone que somos “su imagen y semejanza”. Pienso en cómo siempre hemos creído que somos los más importantes. 

Pienso en lo vasto de la creación, en otras galaxias, en lo complejo de todo. Pienso en los extraterrestres. Pienso que no podemos “estar solos”. No podemos “ser los únicos”. ¿Para qué tanto Universo, tantas galaxias, si “lo importante” (supuestamente) ocupa sólo el lugar de un punto azul.

Pienso entonces, si habrán otras Tierras, en otras galaxias. Si habrán otras u otros como yo, haciéndose las mismas preguntas. 

Pienso en Jesús, y si su historia sería igual para los “extraterrestres” o si habrán otras versiones de Jesús. 

Pienso que pensar así, quizás no se ajuste a la historia según la Iglesia (católica), pero al mismo tiempo recuerdo las palabras del cura en la última misa a la que fui (virtualmente, hace una semana). “Nadie es dueño de la verdad. Sólo Dios tiene la verdad; y nunca deberíamos creer que sabemos cuál es esa verdad, porque nunca la sabremos, puesto que le pertenece a Él”. 

Y no veo eso como que Dios tenga el monopolio de la Verdad y nosotros no podamos conocerla, pero imagino que es algo tan inmenso/importante/relevante/complejo que nuestra humanidad es simplemente incapaz de alcanzarla.

Y en ese misterio de la Verdad, cabe todo mi intrincado pensamiento. 


Todos esos cuestionamientos, que sé jamás podré responder, me hacen pensar y seguir pensando.

Pienso en las imágenes de la Vía Láctea, pienso en que no entiendo realmente cómo “sacan” esas imágenes, y al igual que me pasa con las cámaras fotográficas, me gusta pensar que ahí hay magia. Sé que todo es ciencia, física y química principalmente en lo de las fotos; pero me gusta la idea de la magia de inmortalizar un recuerdo, un momento, un paisaje, una galaxia.


Pienso entonces en esas imágenes de nuestra galaxia, y pienso en esa imagen (que acabo de aprender, es de una nebulosa) que comparan con un iris, o sea, un ojo humano.



Y no puedo evitar pensarlo ¿Y si cada persona fuera un Universo? ¿Y si con los universos fuera todo como las muñecas Rusas (uno adentro de otro, adentro de otro, adentro de otro, etc), y en cada mirada contuviéramos una galaxia? ¿Y si entonces, estuviéramos constantemente compartiendo con extraterrestres? ¿Y si los extraterrestres no fueran más, entonces, que lo qué hay en lo profundo de cada ser? 


No sé mucho(o sé nada) de astronomía, pero sé qué hay tantos misterios como para que esto pueda ser... 

Pienso en los hoyos negros, y qué podrían significar, en una realidad de miradas galácticas. Pienso en lo complejo de todo, en lo poco que sabemos. En lo mucho por descubrir. Vuelvo a pensar en nuestra pequeñez. 

Miro al cielo, y contemplo el manto de estrellas. Pienso en el Creador. Pienso en cada detalle. Me lo imagino pintando un lienzo eterno, que nunca acaba porque todo cambia y entonces hay que volver a pintarlo. Pienso en lo maravilloso de esa pintura. Pienso en el Creador y en sus manos. Pienso en sus manos y agradezco por las mías. 


Mis manos que aunque en tan menor escala, pueden crear; pueden pintar, pueden escribir. 

Pienso en el Creador y veo su obra. Pienso en la inmensidad del cielo y no puedo más que agradecer...