martes, 21 de marzo de 2023

Sobre merecer las cosas y el síndrome del impostor (para mi)



Todos hemos escuchado, en la última década, al menos hablar del "sindrome del impostor”,  que se definió en psicología, además de un problema de generaciones actuales, como esa sensación de no sentirse "digno" de estar en algún puesto de trabajo, a pesar de haber llegado ahí de manera legítima, causada por las inseguridades en las habilidades personales.


Me acuerdo de haber leido al respecto en la revista Mujer o Paula y haberme sentido identificada con el concepto.

En mi caso, no era quizás por ser CEO y no sentirme lo suficientemente buena para estar ahí, pero si tenía mucha resonancia en mi eso de no sentirse suficiente o de sentir que uno "no merece" lo que le pasa. Eso de sentirse como un impostor y el recurrente pensamiento tóxico “no sé por qué la gente crede que soy mejor de lo que realidad soy”…

Como si llegar donde he llegado no tuviese méritos y sólo fuese producto de la suerte o la Providencia. Porque “yo no he hecho nada”, porque las cosas me han llegado y yo he tomado las oportunidades, “entonces no hay nada que merecer”….Y es que en mi caso ese es un sentimiento recurrente. 


Hoy estoy en Europa: llevo un mes viviendo aquí, y digo viviendo porque estoy “asentada” en un lugar y cuido niños y voy a comprar, igual como lo hacía en Chile. Y yo pensaba que estar aquí era sólo suerte; por estar en el momento indicado en la situación ideal para poder hacerlo. Jamás senti que este viaje "me lo mereciera".

Es más, cuando me lo plantearon lo dudé y me sentí mal por no aceptar la propuesta de manera inmediata. En ningún caso (en mi cabeza) me merecia un viaje a Europa cuando había dudado de venir a ayudar a mi amiga aquí (que a eso vine). “No debo ser tan buena amiga como creía” pensaba de mi. Esa" duda" (en mi mente auto-castigadora) no me hacía digna de merecer nada. Y hasta me hizo sentir culpa.

Y no fue sino hasta que mi psicóloga me lo dijo, ya estando aquí en Bélgica, que me hizo sentido: "Date cuenta que te mereces esto. Te mereces disfrutar este viaje. No es suerte o sólo la voluntad de Dios. Te lo mereces por ser tú: por ser buena persona, buena amiga, por entregar a los niños que cuidas algo que sólo tú logras con el amor que pones a las cosas qué haces…”

“Te lo mereces”, la verdad jamás lo había pensado así . Pero eso de "por ser buena persona" me quedó dando vueltas...

Porque mi "no merecer" algo en lo profesional/laboral tiene que ver con mis inseguridades: que no soy tan “diseñadora de vestuario” como tal porque, a pesar de tener un título, no me gusta coser y nunca he trabajado en eso; que no soy lo suficientemente profesional para cobrar mas caro como niñera, aún cando los papás de los niños que cuido sólo los dejan conmigo (si no puedo, a veces no salen); los niños me aman (tanto como yo a ellos) y todos los trabajos que he tenido en esa área son por recomendación, o sea, tengo pruebas de que soy buena y aún así no es suficiente para sentirme "digna''.

Entonces pensé que quizas ese "no sentirme digna" es mi versión del síndrome del impostor.


Porque eso de “ser buena persona” sí me hace sentido.

Puede ser que yo no sea muchas cosas. Que sea ingrata, que sea floja o súper desordenada pero si hay algo en lo que realmente me esfuerzo, es en eso de ser buena persona. Y estoy lejos de ser perfecta, y tampoco quiero o pretende serlo pero  “ser buena” es algo que de verdad me importa. Por eso sí me esfuerzo. 


Entonces pienso que quizás para combatir las inseguridades no nos sirve que nos muestren en qué nos destacamos, si no que sólo hace falta que nos hagan notar que hay algo por lo que luchamos que se nota que lo estamos luchando, y eso, eso es suficiente para hacernos "dignos". Porque muchas veces hasta las pruebas empíricas no son suficientes para auto convencernos de nuestro valor, pero cuando el esfuerzo se nota, significa que estamos avanzando, y si reconocemos avances, podemos al menos reconocernos aunque sea un poco menos impostores…


PD: Como siempre este texto es súper personal, pero espero que resuene con quienes lo lean, especialmente si como yo, batallan con eso de “no sentirse suficiente”.


PD 2: No me vine a vivir a Europa, vine por casi 3 meses, después vuelvo a Chilito por si  a alguien le dio curiosidad.

martes, 7 de marzo de 2023

Faith in humanity 101: How to keep something that’s never been lost





It’s very common during these times to talk about people “restoring our faith in humanity”; and I’ve always found that interesting cause I have never lost faith in humanity. NEVER. I may have been disappointed sometimes by certain humans, but to generalize would be not acknowledging the inmense (and the majority) amount of good people inhabiting this Earth.


And I’ve had so many literally crazy situations were I have been benefited by random people’s good will that It honestly would be hypocritical to not recognize how much good there is in this world. And I’m not using the words “literally crazy” lightly (I never use literally lightly). As many people who know me know, I am actually a little bit “crazy”. Not to reinforce the stereotype, but I do have mental health issues that have some times made act in a crazy wreck less manner. To name a few, I’ve gotten lost at 3 am in foreign country (and continent); I’ve travelled without money to pay the trip hoping for a miracle to happen and have been given money two times by bus drivers. I’ve talked to many many many strangers at night, walking by myself as a woman in a country like mine where that is not a very safe or smart thing to do…


Nothing has ever happened to me. Well…one time an actual crazy lady punched me (in my arm, nothing too serious) at 12 am in a bus that I took cause I was too cheap to pay for an Uber and I kindly refused her ask for money to help her “supposed sick kid”. You could tell the woman had some mental issues or was drugged or something. She was very agressive and people who actually gave her some coins you could tell had done it just to avoid problems. So I actually felt bad for her, but I wasn’t going to give her money I didn’t know how she’d spent…But that’s the only bad thing to happen to me.


You can ask me for those times in the buses. One was in Chile, and the other one traveling from Barcelona to Madrid after I had lost my wallet. That second time was even crazyer cause I had payed the bus ticket but I didn’t have money to take any transport arriving; I also hadn’t slept the night before, so I was really really tired, and at the end of the trip the lady driver gave me an euro so I could pay for the metro entrance. 

And during that same trip when we stopped to eat something, people actually bought food for me, cause they heard I asked the woman in the shop we stopped on for a glass of water, since I didn’t have my wallet and couldn’t afford anything else. It was truly… overwhelmingly moving to feel the care of these random strangers.


And as you know, my @proyectogratitud as given me so many (SO MANY) good experiences with strangers and their kindness I could keep on listing situations for hours…

(I’m also pretty sure it’s dharma, also know as good karma cause I really make an effort to be kind) 



So I invite you to stop losing faith in humanity. There’s nothing to lose, nor to be found, cause it has always been there. Humans have change throughout history, but kindness as always been a constant in most human relationships. And to not realize that, is to be missing one of the most beautiful things we share as humans: the ability to care for each other, to work together and to purposely help each other when in need. Even in difficult times as wars through human history, we’ve always found ways to be kind, and that’s a fact. So don’t forget it. You just have to look at the glass half full to realize it…

lunes, 6 de marzo de 2023

Sobre ejercer la maternidad sin ser mamá, cuando realmente quieres serlo

Cuando iba en kínder, a mis 5 años, hicimos en el colegio, a final de año, un cuaderno compilado sobre qué queríamos ser cuando grandes. Entre futbolistas, marinos, doctoras y profesoras, se encontraba un dibujo de una persona de palitos, sosteniendo una guagua, con un niño en el piso, en una cocina: “Cuando grande quiero ser: MAMÁ” (la última palabra escrita con la letra de alguien que sólo sabía deletrear su propio nombre). 

el dibujo en cuestión, 1997

“Mamá” al parecer era una cosa que con certeza quería ser de grande; y la verdad no soy capaz de recordar ningún otro anhelo para el futuro de mi ser pequeña. Lo que sí recuerdo, es que para mi no fue una decisión tan profunda el escoger esa “profesión” porque (y lo recuerdo en serio), “mamá” era una palabra que yo sabia escribir y no quise pedirle ayuda a “las tías” del kínder para que me deletrearan mi palabra –como alguna compañera que quería ser, como su mamá “agente de viajes” u otra que quería ser “gimnasta”– por eso cada vez que mencionaban lo tierna que era mi opción, le quitaba crédito. Sin embargo, tener hijos es algo que efectivamente siempre he querido hacer.


Empecé a trabajar como babysitter a los 12 años. Y de hecho recuerdo haber acompañado a mi hermana de 13 a cuidar a los hijos de unos amigos de mis papás cuando tenía 10. Vivíamos en una población naval así que era seguro dejar niños al cuidado de otros niños más grandes. A los 12 entonces, me tocó cuidar una noche por primera vez a una familia de 3 niños; la mayor era compañera de curso de mi hermano de 9 años.


Entonces partí cuidando niños por mil pesos la hora, y lo seguí haciendo, ajustando la tarifa durante toda mi vida escolar, y la universidad.


Hoy soy diseñadora de vestuario y textiles de profesión, pero la pandemia me hizo cambiar de rumbo en mi carrera profesional y empecé, después de haber quedado cesante, a cuidar niños de forma regular semanalmente. 


Partí con uno de 4 años, con el que mi único propósito era jugar por un par de horas cuando llegaba del jardín después de almuerzo, mientras su familia tele-trabajaba. Se corrió la voz y empecé a cuidar a una guagua de seis meses una vez que su mamá terminó su post natal. Con él estaba 9 horas diarias, tres días a la semana. Las mañanas de los últimos dos días de la semana las rellenó mi sobrina de 2 años, hija de una prima. Y así, de repente, me convertí en niñera full time.

Mi guagua de 6 meses creció y entró a la sala cuna y me liberó para cuidar a otra de 1 año, que dejé para ayudar a cuidar por las tardes a una familia con cuatro niños. 

Cuando se me desocuparon días, empecé a cuidar regularmente a otro niño de un año, todo esto disfrutándolo muchísimo.


La verdad es que siempre he disfrutado compartir con niños, su risa es lo único capaz de, siendo bipolar con diagnóstico, sacarme una sonrisa en momentos de depresión. Por eso disfruto hacerlos reír. Por eso me volví Pintacaritas. Por eso he escrito cuentos. Por eso cuando cuido niños, los impulso a jugar y a explotar al máximo su imaginación.


Siempre he disfrutado jugar con niños porque me da una excusa para volver a ser niña. Me permite jugar e imaginar mundos con dinosaurios, arcoíris, unicornios y hasta animales inventados por mi, y vivir en esos mundos sin parecer una loca. 

Ese volver a ser niña en mundos imaginarios fue precisamente lo que me hizo enamorarme del vestuario escénico/de espectáculos mientras estudiaba diseño. 



Contextualizo acerca de mis historial de niñera y mis habilidades con los niños porque ambas cosas, siempre he sentido que son meras herramientas para ser una buena mamá. 


Tuve la suerte de nacer en una familia con ejemplos ejemplares, valga la redundancia, de madres. Mi mamá, mamá de ocho hijos, a sus 30 años ya tenía seis; su mamá, a los 32 ya tenía ocho. 


Yo siempre quise ser mamá joven. En el colegio decía que quería “o casarme a los 25 o tener a mi primer hijo a los 25 a más tardar” (habiéndome casado antes porque para mi era muy importante eso en mi adolescencia). La vida no me ayudó mucho con eso y aprendí que uno no decidía las cosas así de fácil siempre. 

A los 18 tuve una crisis psicótica que desencadenó un desorden de salud mental que me mantuvo inestable por varios años. Contra toda mi voluntad, di mi primer beso a los 21, porque nadie intentó darme un beso antes. Ese pololeo no resultó y estuve soltera 9 años. Sí, nueve. Y a pesar de que me cuestionaba mi nivel “de belleza”, o si estaba demasiado loca por mis rollos de salud mental, me costaba entender por qué no encontrándome fea ni poco interesante, nadie quería salir conmigo. Así fue entonces que tiempo pasó y yo me empecé a alejar de mi sueño de ser mamá joven. 


Recién a los 30 la vida puso en mi camino a mi segundo pololo, con tan sólo un par de pinches previos en el camino: amores de verano, o historias que no resultaron. 

Él, músico, ya papá, con una hija de 12 años y yo con cero experiencia. Nuestra relación duró cuatro meses y volví a ser la soltera que estaba acostumbrada a ser. 

No terminamos en malos términos, y me ayudó a darme cuenta que sí era capaz de ser amada y que “no soy fea”, por ridículo que suene ese pensamiento.


Hoy estoy en Bélgica, haciendo lo que estaba haciendo en Chile pero por una amiga, ayudándola con su hija, que se siente como sobrina. Hoy me levanto a vestirla, darle desayuno y llevarla al jardín, para recogerla en las tardes y hacer su rutina nocturna. Me toca jugar con ella, mudarla, hacerla reír y darle de comer. Me toca, al igual que con esa guagua con la que estaba 9 horas diarias, jugar a ser mamá por un rato. Y es un juego que me hace realmente feliz.


La gente suele preguntarme por qué no estudié o por qué no estudio educación de párvulos, y es que nunca he sentido que sea mi vocación ser parvularia. Yo amo ser diseñadora, pero la verdad es que siempre he sentido que mi vocación verdadera ES ser mamá. Y muchas veces, cuando las corrientes actuales desacreditan la maternidad como opción, cuesta que se entienda. 

Mi mamá me dijo una vez que ella no podía ser feminista porque las feministas no consideraban que la opción de ser mamá pudiera ser una opción personal, no machista y digna de ser un legítimo propósito en la vida. 

Mi mamá siempre quiso ser mamá. Ese era su sueño; y dejó su carrera para perseguirlo. Nunca lo pensó como postergarse, porque terminar su carrera hubiese postergado su sueño de ser mamá.


Cuando a mi me preguntan por qué cuido niños, siempre digo “porque quiero ser mamá y no tengo niños propios que cuidar”. Lo digo en serio, pero la verdad es que el tiempo pasa y cada vez duele más ver ese sueño alejarse. Y estoy a una edad en que mis redes están llenas de gente embarazada, esperando a sus segundos (o más) hijos, y yo me alegro con cada persona, pero el corazón se me aprieta un poco porque pienso “¿por que a mi no me pasa, si estoy lista? Si “me late el útero” cada vez que veo una guagua. Si yo también quiero fotos con guatita, también quiero compartir ecos, también quiero que me digan mamá…” (¿y por qué chucha no tengo con quién? jajaja)


Me siento afortunada de poder ejercer mi maternidad sin ser mamá, y de llevar tanto aprendido que creo que estaré bien preparada el día que me convierta en mamá. Porque de eso no tengo duda. Voy a ser mamá, ya sea con embarazos geriátricos o a través de la adopción, mi maternidad no será sólo ejercida con niños ajenos, o eso espero… y aunque el tiempo duela, seguiré disfrutando de “mis niños”. Seguiré buscando hacerlos reír para contagiarme sus sonrisas y seguiré aprendiendo a ser mamá sin serlo…