lunes, 6 de marzo de 2023

Sobre ejercer la maternidad sin ser mamá, cuando realmente quieres serlo

Cuando iba en kínder, a mis 5 años, hicimos en el colegio, a final de año, un cuaderno compilado sobre qué queríamos ser cuando grandes. Entre futbolistas, marinos, doctoras y profesoras, se encontraba un dibujo de una persona de palitos, sosteniendo una guagua, con un niño en el piso, en una cocina: “Cuando grande quiero ser: MAMÁ” (la última palabra escrita con la letra de alguien que sólo sabía deletrear su propio nombre). 

el dibujo en cuestión, 1997

“Mamá” al parecer era una cosa que con certeza quería ser de grande; y la verdad no soy capaz de recordar ningún otro anhelo para el futuro de mi ser pequeña. Lo que sí recuerdo, es que para mi no fue una decisión tan profunda el escoger esa “profesión” porque (y lo recuerdo en serio), “mamá” era una palabra que yo sabia escribir y no quise pedirle ayuda a “las tías” del kínder para que me deletrearan mi palabra –como alguna compañera que quería ser, como su mamá “agente de viajes” u otra que quería ser “gimnasta”– por eso cada vez que mencionaban lo tierna que era mi opción, le quitaba crédito. Sin embargo, tener hijos es algo que efectivamente siempre he querido hacer.


Empecé a trabajar como babysitter a los 12 años. Y de hecho recuerdo haber acompañado a mi hermana de 13 a cuidar a los hijos de unos amigos de mis papás cuando tenía 10. Vivíamos en una población naval así que era seguro dejar niños al cuidado de otros niños más grandes. A los 12 entonces, me tocó cuidar una noche por primera vez a una familia de 3 niños; la mayor era compañera de curso de mi hermano de 9 años.


Entonces partí cuidando niños por mil pesos la hora, y lo seguí haciendo, ajustando la tarifa durante toda mi vida escolar, y la universidad.


Hoy soy diseñadora de vestuario y textiles de profesión, pero la pandemia me hizo cambiar de rumbo en mi carrera profesional y empecé, después de haber quedado cesante, a cuidar niños de forma regular semanalmente. 


Partí con uno de 4 años, con el que mi único propósito era jugar por un par de horas cuando llegaba del jardín después de almuerzo, mientras su familia tele-trabajaba. Se corrió la voz y empecé a cuidar a una guagua de seis meses una vez que su mamá terminó su post natal. Con él estaba 9 horas diarias, tres días a la semana. Las mañanas de los últimos dos días de la semana las rellenó mi sobrina de 2 años, hija de una prima. Y así, de repente, me convertí en niñera full time.

Mi guagua de 6 meses creció y entró a la sala cuna y me liberó para cuidar a otra de 1 año, que dejé para ayudar a cuidar por las tardes a una familia con cuatro niños. 

Cuando se me desocuparon días, empecé a cuidar regularmente a otro niño de un año, todo esto disfrutándolo muchísimo.


La verdad es que siempre he disfrutado compartir con niños, su risa es lo único capaz de, siendo bipolar con diagnóstico, sacarme una sonrisa en momentos de depresión. Por eso disfruto hacerlos reír. Por eso me volví Pintacaritas. Por eso he escrito cuentos. Por eso cuando cuido niños, los impulso a jugar y a explotar al máximo su imaginación.


Siempre he disfrutado jugar con niños porque me da una excusa para volver a ser niña. Me permite jugar e imaginar mundos con dinosaurios, arcoíris, unicornios y hasta animales inventados por mi, y vivir en esos mundos sin parecer una loca. 

Ese volver a ser niña en mundos imaginarios fue precisamente lo que me hizo enamorarme del vestuario escénico/de espectáculos mientras estudiaba diseño. 



Contextualizo acerca de mis historial de niñera y mis habilidades con los niños porque ambas cosas, siempre he sentido que son meras herramientas para ser una buena mamá. 


Tuve la suerte de nacer en una familia con ejemplos ejemplares, valga la redundancia, de madres. Mi mamá, mamá de ocho hijos, a sus 30 años ya tenía seis; su mamá, a los 32 ya tenía ocho. 


Yo siempre quise ser mamá joven. En el colegio decía que quería “o casarme a los 25 o tener a mi primer hijo a los 25 a más tardar” (habiéndome casado antes porque para mi era muy importante eso en mi adolescencia). La vida no me ayudó mucho con eso y aprendí que uno no decidía las cosas así de fácil siempre. 

A los 18 tuve una crisis psicótica que desencadenó un desorden de salud mental que me mantuvo inestable por varios años. Contra toda mi voluntad, di mi primer beso a los 21, porque nadie intentó darme un beso antes. Ese pololeo no resultó y estuve soltera 9 años. Sí, nueve. Y a pesar de que me cuestionaba mi nivel “de belleza”, o si estaba demasiado loca por mis rollos de salud mental, me costaba entender por qué no encontrándome fea ni poco interesante, nadie quería salir conmigo. Así fue entonces que tiempo pasó y yo me empecé a alejar de mi sueño de ser mamá joven. 


Recién a los 30 la vida puso en mi camino a mi segundo pololo, con tan sólo un par de pinches previos en el camino: amores de verano, o historias que no resultaron. 

Él, músico, ya papá, con una hija de 12 años y yo con cero experiencia. Nuestra relación duró cuatro meses y volví a ser la soltera que estaba acostumbrada a ser. 

No terminamos en malos términos, y me ayudó a darme cuenta que sí era capaz de ser amada y que “no soy fea”, por ridículo que suene ese pensamiento.


Hoy estoy en Bélgica, haciendo lo que estaba haciendo en Chile pero por una amiga, ayudándola con su hija, que se siente como sobrina. Hoy me levanto a vestirla, darle desayuno y llevarla al jardín, para recogerla en las tardes y hacer su rutina nocturna. Me toca jugar con ella, mudarla, hacerla reír y darle de comer. Me toca, al igual que con esa guagua con la que estaba 9 horas diarias, jugar a ser mamá por un rato. Y es un juego que me hace realmente feliz.


La gente suele preguntarme por qué no estudié o por qué no estudio educación de párvulos, y es que nunca he sentido que sea mi vocación ser parvularia. Yo amo ser diseñadora, pero la verdad es que siempre he sentido que mi vocación verdadera ES ser mamá. Y muchas veces, cuando las corrientes actuales desacreditan la maternidad como opción, cuesta que se entienda. 

Mi mamá me dijo una vez que ella no podía ser feminista porque las feministas no consideraban que la opción de ser mamá pudiera ser una opción personal, no machista y digna de ser un legítimo propósito en la vida. 

Mi mamá siempre quiso ser mamá. Ese era su sueño; y dejó su carrera para perseguirlo. Nunca lo pensó como postergarse, porque terminar su carrera hubiese postergado su sueño de ser mamá.


Cuando a mi me preguntan por qué cuido niños, siempre digo “porque quiero ser mamá y no tengo niños propios que cuidar”. Lo digo en serio, pero la verdad es que el tiempo pasa y cada vez duele más ver ese sueño alejarse. Y estoy a una edad en que mis redes están llenas de gente embarazada, esperando a sus segundos (o más) hijos, y yo me alegro con cada persona, pero el corazón se me aprieta un poco porque pienso “¿por que a mi no me pasa, si estoy lista? Si “me late el útero” cada vez que veo una guagua. Si yo también quiero fotos con guatita, también quiero compartir ecos, también quiero que me digan mamá…” (¿y por qué chucha no tengo con quién? jajaja)


Me siento afortunada de poder ejercer mi maternidad sin ser mamá, y de llevar tanto aprendido que creo que estaré bien preparada el día que me convierta en mamá. Porque de eso no tengo duda. Voy a ser mamá, ya sea con embarazos geriátricos o a través de la adopción, mi maternidad no será sólo ejercida con niños ajenos, o eso espero… y aunque el tiempo duela, seguiré disfrutando de “mis niños”. Seguiré buscando hacerlos reír para contagiarme sus sonrisas y seguiré aprendiendo a ser mamá sin serlo…

1 comentario:

  1. Ojala existieran currículum de vida tan detallados, pero hoy por hoy todos traen historias a cuestas creeme ya cumpliré 10 años célibe y aun esperando la correcta, lo bueno de estar solo es el autodominio que llegas a tener y pinches pueden ser pero es raro avanzar con quien no estas seguro, al final parece que nadie esta conforme porque no esta escrito el futuro y todo se siente muy de desechable en estos días.

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